jueves, 12 de mayo de 2016


Coliseo

Que se siga justificando en el nombre del arte lo que a ojos de cualquier persona ajena es un reducto del circo romano demuestra hasta qué punto es inútil argumenta


Mientras que mi compañero de página El Roto exclamaba en su viñeta de hace dos días sobre el dibujo de un toro acribillado a espadazos y envuelto en sangre: “¡Ustedes comprenderán que esto ya no puede ser!”, en la página de Toros el responsable de la sección en este periódico se lamentaba de que “la crema de la novillería (…), en la que están depositadas las esperanzas para el futuro”, hubiese defraudado las expectativas de los aficionados madrileños en su presentación oficial en la plaza de toros de Las Ventas, el primer coliseo del mundo en el altisonante y barroco lenguaje taurino ¿A quién hacer caso, pues? Si este periódico que pasa por ser responsable y serio, defensor de la libertad de expresión y de las libertades y los derechos en general, le pone una vela a Dios y otra al diablo y acoge en él las dos posturas extremas, la de quienes exigen la abolición de una tradición salvaje y la de los que la reivindican como la fiesta española por antonomasia, amén de como manifestación artística, cómo saber quién tiene razón en esta disputa que año tras año se recrudece por esta época coincidiendo con la Feria de San Isidro de Madrid. Vicent ya ha escrito su artículo y como él otra mucha gente, a favor y en contra.
Que a estas alturas de nuestra historia haya que argumentar aún, a favor o en contra, de algo que es manifiestamente un anacronismo y una barbarie prehistórica indica hasta qué punto la sociedad española está enferma, como lo estuvo en tiempos la romana, cuando en el Coliseo se disputaban enfrentamientos de gladiadores y animales en festines sangrientos que ahora los guías relatan a los espantados turistas mientras lo visitan. No pasará mucho tiempo para que pase lo mismo con nuestras plazas de toros, pero hasta que eso suceda tendremos que soportar todavía la sangrienta carnicería teñida del rojo y gualda nacional y, aún peor, las encendidas defensas de los partidarios de su conservación. Que en el siglo XXI se siga justificando aún en el nombre del arte y de la tradición lo que a ojos de cualquier persona ajena es un reducto del circo romano demuestra hasta qué punto es inútil argumentar en un tema que despierta las más encendidas pasiones. Por parte de los aficionados taurinos porque consideran cualquier argumento en contra de su afición como una agresión personal, o a la patria, que es peor, y por parte de los que la rechazan porque se encuentran con que sus argumentos se muestran inocuos, pues rebotan contra conceptos etéreos como la tradición o el duende. Y porque, como dijo Dürrenmmat, lo evidente es difícil de demostrar.
 

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