Dios, o algo parecido
Óscar Sanz/ EL PAÍS/
Porque hay que ser Dios, o Johan Cruyff, para alcanzar la condición
de mito en un equipo menor, en una Liga menor y en una selección menor.
Nada eran el Ajax ni Holanda hasta que aquel chico flaco se hizo
presente con 17 años. Nos hartaremos de leer su palmarés, admirando una y
otra vez que en nueve años con el Ajax logró tres Copas de Europa
consecutivas (proeza hasta hoy solo al alcance del Madrid y el Bayern) y
se adueñó de tres Balones de Oro. Miserias. El mayor saco de títulos
imaginable no admite comparación al impacto que provocó Cruyff en el
fútbol europeo. Un fútbol que idolatraba la imagen de Pelé, que llegaba
de lejos, tan admirable como inalcanzable, y a quien Cruyff relevó en el
trono de los elegidos.
La explosión del Flaco reeditó la eterna lucha entre el Barça y el
Madrid por el fichaje de la figura del momento. Eligió el holandés al
Barça, rebelándose ante la pretensión del Ajax de que aterrizara en
Chamartín. Influyó también, sin duda, que el club azulgrana soltara 100
millones de pesetas y Bernabéu no pasara de 60, lo que este justificó,
según cuenta Alfredo Relaño, “porque no le gustaba su jeta”. Hasta que
llegó Cruyff, el Barça era un club atropellado por postes (los de Berna
en la final de la Copa de Europa ante el Benfica en 1961) y desgracias,
por Francos y conspiraciones. Fue llegar Cruyff al Barça y quitarse el
equipo cuarto y mitad de sus complejos, arrasar en la Liga y darse un
inolvidable homenaje en el Bernabéu que responde al nombre de 0-5,
partido tras el cual Zoco (un señor que era dos veces campeón de Europa)
anunció su retirada del fútbol, tamaño fue el meneo que se llevó y que
provocó que desde entonces se dedicara a escuchar a su esposa, María
Ostiz, cantar un pueblo es, un pueblo es. Dos días después de semejante
exhibición en blanco y negro, el presidente azulgrana, Agustín Montal,
acudió a la noble villa de El Pardo a rendir pleitesía al pequeño
miserable que supuestamente tenía subyugado a su club.
El Cruyff futbolista llevó al Barça al éxtasis del Bernabéu y a la
conquista de una Liga tras 14 años de sequía. Lo demás fue lo de menos.
Apareció cruycificado en la portada de la revista Don Balón
y acabó a guantazos con el presidente Núñez, el mismo que 10 años
después le nombró entrenador del equipo. Y fue entonces cuando tuvo
ánimo, tiempo y dedicación para cambiar de arriba abajo al club. Cruyff
mandaba y el Barça obedecía. Y se acabaron los complejos, los miedos,
los Francos, las maldiciones, ¿qué maldición va a tener un equipo que
conquista cuatro Ligas seguidas, tres de ellas en el último minuto, y,
por fin, la Copa de Europa, en la prórroga? Cruyff hizo del fútbol una
idea. Con la que le fue bien, como hemos visto, y mal, como en la final
europea en la que el Milan destrozó 4-0 al Barça. Pero hemos vuelto a
las estadísticas. Y las estadísticas, con Cruyff, no valen. Porque son
minucias cuando hablamos del único futbolista que ganó un Mundial
perdiéndolo. Con Cruyff importa el fútbol, ese deporte que se juega con
la cabeza y en el que los pies solo ayudan. Y lo que Dios ha unido que
no lo separe el hombre.
No hay comentarios:
Publicar un comentario