miércoles, 22 de abril de 2015


El mejor fútbol del Barcelona regresa al Camp Nou ante el PSG

El cuadro azulgrana remata al Paris Saint Germain y se mete en las semifinales con una exhibición de juego liderada por Iniesta y coronada con dos goles de Neymar

 
Iniesta controla el balón. / Foto: E. Morenatti (AP) / Vídeo: Sogecable

A la mayoría de equipos no les gusta jugar un partido que quisieran acabado antes de comenzar. Nada tenía que ganar el Barça y nada tenía que perder el PSG. No era fácil tomarle el pulso a la noche y había un cierto riesgo en cada una de las decisiones que podía tomar un entrenador volcánico como Luis Enrique. El técnico actuó, sin embargo, como si no hubiera disputado la ida, ni su equipo llevara dos goles de ventaja, ni tampoco tuvo en cuenta que el sábado, en Cornellà, aguarda el Espanyol en la Liga. No quiso especular ni gestionar nada sino que dispuso la alineación titular, sin ninguna concesión, la mejor manera de ganar el partido y de firmar la clasificación para las semifinales de la Champions. Mandó jugar el entrenador y firmó una exhibición el Barcelona.

Barcelona, 2-PSG, 0

Barcelona: Ter Stegen; Alves, Piqué, Mascherano, Alba; Busquets (Sergi Roberto, m. 54), Rakitic, Iniesta (Xavi, m. 46); Suárez (Pedro, m. 75), Messi y Neymar. No utilizados: Bravo; Bartra, Adriano y Rafinha.
PSG: Sirigu; Van Der Wiel, Marquinhos, David Luiz, Maxwell; Verratti, Cabaye (Lucas, m. 65), Matuidi (Rabiot, m. 79); Cavani (Lavezzi, m. 79), Ibrahimovic y Pastore. No utilizados: Douchez; Camara y Digne.
Goles: 1-0. M. 13. Neymar, tras una jugada individual de Iniesta. 2-0. M. 34. Neymar, a centro de Alves.
Árbitro: Svein Oddva Moen (Nor.). Mostró la tarjeta amarilla a David Luiz.
84.477 espectadores en el Camp Nou

Apareció un equipo azulgrana sereno en la conducción, febril en la presión, vertical en la transición y tan selectivo como resolutivo en el área de Sirigu. La afirmación azulgrana no encontró respuesta en el PSG, acomodado en un 4-4-2, con Pastore en la punta del rombo, igual de cobarde que en París. Ni el refuerzo de Verratti e Ibrahimovic, dos futbolistas universales, mejoró la puesta en escena del equipo de Blanc. David Luiz ya había tomado una tarjeta y pasada la media hora ya se habían cantado dos goles de Neymar en el Camp Nou. El Barça dominaba el tempo del partido, inteligente en su lectura, excelso en el dominio del ritmo: lento-rápido-rápido-lento. No había ni rastro del Paris Saint Germain.
Hubo muchas jugadas, y muy buenas, solo una excepcional, la que protagonizó Iniesta. El manchego acudió a su campo, se ofreció después de un mal control de Mascherano, tomó la pelota de espaldas, se dio media vuelta y eliminó a tres defensores del PSG, incluido Verratti, en su carrera por la cancha hasta que asistió a Neymar, veloz en el desmarque, hábil en el momento de sortear al portero, buen definidor: 1-0. El control, la conducción, los cambios de ritmo y de cintura y la manera en que dividió la jugada provocaron la admiración del Camp Nou hacia Iniesta. El volante cimbreó como un gimnasta por la pista de esquí del PSG: elegante, suave y preciso, admirable a cámara lenta y a la máxima velocidad, fácil de identificar, imposible de detener para el PSG.

Luis Enrique actuó sin ninguna concesión, como si no aguardara el derbi en Cornellà
 
Neymar repitió poco después cuando cabeceó de manera picada un centro de Alves. El brasileño ha sido un martillo para Sirigu: cinco goles en cuatro partidos, en Barcelona y en París. El 11 fue el punto final de un equipo tan coral y solidario que hasta Messi pareció un futbolista más del Barça. Así de armónico y fino estuvo durante mucho rato el Barcelona.
El fútbol fue tan caudaloso que la hinchada entendió que Luis Enrique reservara a Iniesta y a Sergio Busquets antes de que se cumpliera la hora de partido, cuando el PSG ni defendía ni atacaba, ni estaba ni se le esperaba, acaso recriminado por su dureza, la única manera de combatir el aseado juego de los muchachos de Luis Enrique.
Los franceses se vencieron al inicio ante la sincronizada y demoledora presión azulgrana y después cuando se tranquilizó la contienda, momentos de cadencia en que por fin se pudo ver al Barcelona descansar con la pelota, manejar el choque con una superioridad tremenda, haciendo fácil lo difícil, admirados por el Camp Nou. Nadie reparó en Ibrahimovic, como si fuera un don nadie en un club de ricos, sin pasión ni fútbol, mal defensivamente y con muy pocas llegadas ante Ter Stegen. El portero solo fue exigido precisamente en un tiro duro desde fuera del área de Ibra. No acertó Blanc con la alineación ni con los cambios, como si le sobrara el encuentro de vuelta, derrotado desde el 1-3 del Parque de los Príncipes.

Ni con Verrati e Ibrahimovic mejoró la puesta en escena del equipo de Blanc

El mérito del Barcelona estuvo precisamente en dar vida a un partido que se suponía muerto si no era por intervención del PSG. Y fue justamente en una noche que parecía intrascendente cuando apareció un equipo azulgrana elegante y consistente, sólido y artístico, muy atento y concentrado, rico futbolísticamente, muy a gusto en la Champions. Admirable cuando los once futbolistas participaron de la misma idea de fútbol y fueron a por el partido y la victoria en la primera parte y compacto en el segundo tiempo en el control del arco de Ter Stegen. Reconocibles con y sin balón, los azulgrana ni se relajaron ni sufrieron sino que se divirtieron ante el PSG. La mejor manera de saborear su 11ª semifinal de la Copa de Europa.
Habrá que contar con el Barça de Luis Enrique en la Champions.

martes, 21 de abril de 2015

Petros Markaris: lucidez literaria y rabia contra la injusticia

Por: | El País/ 21 de abril de 2015
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Markaris fotografiado por Daniel Mordzinski la semana pasada.
 



De granjero a sir historiador

De familia humilde, Raymond Carr parecía la quintaesencia de la aritocracia británica


Raymond Carr, en una imagen tomada en Madrid en 2001. / RICARDO GUTIÉRREZ (EL PAÍS)

Durante los últimos 20 años de su vida, Raymond Carr, el historiador, hispanista y extravagante profesor oxoniense, se convirtió en sir Raymond Carr. El título le sentaba muy bien. Más allá del nombramiento honorífico con el que se reconocía su aportación a la cultura, parecía que siempre hubiera representado la quintaesencia de la aristocracia británica, con esa estilizada figura de largas piernas zancudas, su excentricidad, un toque de elegante desdén, y su afición a los clubs de caballeros y los viajes de aventura. Con su característico sentido del humor se definía a sí mismo como “granjero, historiador, asimilado por la nobleza”.
En nuestro país, era conocido y admirado por su obra seminal España 1808-1939 (1968); una obra que marcó una nueva manera de hacer y entender la historia de España en un momento en el que ésta seguía amordazada por el franquismo. Para una generación de españoles, sedientos de “normalización” historiográfica, supuso un soplo de aire fresco y un nuevo estímulo. Para otras posteriores, una investigación referente llena de sugerencias y cuestiones abiertas que alentaban la reflexión y que, en sus ampliaciones, aún conserva actualidad y una calidad inalterable.
En Inglaterra, se le citaba en las enciclopedias y círculos académicos como “reputado hispanista”, gracias a cuya influencia los estudios hispánicos se habían extendido a diversas universidades británicas. Pero, a diferencia de la popularidad derivada de su faceta de historiador que gozaba en nuestro país, su fama en Gran Bretaña era notablemente menor, pero más enriquecida con otras coloraturas. Perteneció a un reservado (y enigmático) “Club” de la élite oxoniense. Se le mencionaba como uno de los últimos miembros de una “generación legendaria” de Oxford en la que se incluía a sus amigos Isaiah Berlin, Hugh Trevor-Roper, Anthony Quinton o Alfred J. Ayer... Fue el warden del college más internacional de Oxford. También se le conocía como un brillante articulista, bon vivant y extravagante.
Raymond Carr nació en 1919 en Bath, al suroeste de Inglaterra. Su familia era de procedencia humilde y su infancia se desarrolló en un ambiente profundamente rural. Un entorno de simplicidad pintoresca y engañosamente idílica marcado por la pobreza cotidiana. Amparado por su inteligencia y el recurso de su encanto, se convirtió en emigrante social y transeúnte de un fascinante universo en decadencia. Fue pasajero fortuito del último vagón de primera clase —que en puridad no le correspondía— de un tren que se alejaba cada vez más rápido de una atmósfera plácida y dorada. Como estudiante y de la mano de su amigo Simon Asquith, nieto del primer ministro liberal, vivió los últimos años de un Oxford lleno de magia y mystique que desapareció tras la guerra, aunque rebrotara de manera recurrente en las secuelas imitativas de los admiradores del ambiente Brideshead, y de los clubs exclusivos. Saboreó, de prestado (gate crashing), los últimos destellos de esplendor de una aristocracia de bailes de debutantes y salones. En el Londres de la guerra y la postguerra, con su saxo tenor y su sempiterna simpatía, el profesor de public school y privilegiado fellow de All Souls, alternó con la alta bohemia que se reunía en el Gargoyle Club del Soho, donde se mezclaban glamurosos espías de Cambridge, actores, aristócratas que bailaban su primer rock descalzos, play-boys, intelectuales “continentales” y algún que otro filósofo de Oxford.
Paralelamente, y desde sus años de estudiante, realizaba apasionados viajes de exploración historiográfica. De sus escarceos con la historia medieval británica saltó a la historia económica de Suecia, escribió una (inédita) biografía del rey Gustavo Adolfo y le tentó la historia de Sicilia. Se estableció sólidamente con la historia de España y se atrevió con la latinoamericana en los años de la guerra fría. Aunque el libro que más le divirtió escribir fue un peculiar estudio social sobre la caza del zorro en Inglaterra.
Como buen liberal, siempre sostuvo la importancia del azar, el “accidente” como elemento de peso en la historia. Su propia trayectoria como historiador, decía, estaba perfilada por esos “accidentes”. Había sido su encuentro romántico con una joven sueca en Alemania en 1938 el que le llevó a investigar y escribir sobre Suecia. De hecho, estaba trabajando en ese país apenas dos meses antes de casarse y cuando todavía barajaban él y su futura esposa, Sara Strickland, dónde ir de viaje de novios… Sicilia, Venecia o ¿quizás España?… bajo una dictadura resultaba poco apetecible. Para animarles, unos amigos de la aristocrática familia de la novia les ofrecieron su mansión en Torremolinos. Pero además Pitt Rivers, el antropólogo estudioso de Grazalema, terminó de convencer a Raymond con sus conversaciones y una recomendación: el libro de Gerald Brenan, El laberinto español. “La historia de España es lo más apasionante que he leído en años”, escribía entusiasmado Carr. “Cuando vayamos allí pasaré tiempo intentando contactar con gente del viejo partido anarquista”. No hizo nada de eso. Tampoco se enamoró de España en el sentido de los viajeros románticos. El país simplemente le fascinó como enigma histórico. ¿Cómo era posible que ese impresionante imperio al que los ingleses temían y odiaban (como le habían enseñado de niño en la escuela) hubiera llegado a tal situación de pobreza y degeneración política, económica y cultural?.
Esa cuestión clave aguijoneando su curiosidad, el impacto vivo de las estimulantes y contradictorias imágenes de su larga visita a nuestro país y una “oportuna” negativa de Gerald Brenan para escribir un volumen sobre historia de España de Oxford University Press, llevó a Carr a postularse entusiasmado para hacerlo. Así nació el hispanista.
Pero el “hispanista”, que se resistía a ser calificado como tal "porque eso implica una identificación emocional con el alma de España" que él no sentía, transitó otros universos intelectuales y vitales. Frecuentó a algunos de los más importantes pensadores de su época. Vivió tiempos difíciles como el warden de un college creado en los años de la Guerra Fría y vinculado a las áreas de estudio internacionales más conflictivas (Rusia, Oriente Medio, América latina, China…). Además, creó el Iberian Centre, donde se formó una brillante generación de historiadores españoles. Viajó por todo el mundo, recorriendo con igual fruición metrópolis, y ruinas, selvas y manglares. Paseó con idéntica naturalidad por la Corte, la Academia Británica y los clubs de St James y Pall Mall. Cabalgó a la caza del zorro, intrépido y temerario, “como los indios” —decían— “abrazado al cuello de su caballo”.
Con su extrema vitalidad se resistía a envejecer igual que se resistía a dejar de aprender y descubrir. Aún conservaba a muchos de sus ex alumnos como amigos. Todos ellos, y aquellos con los que debatía alguna cuestión intelectual, admiraban su mente activa y original: “nunca dejaba un tema como lo había encontrado tenía el arte de ser serio sin ni siquiera ser solemne”. También tenía mucho de provocador, iconoclasta y contradictorio: “¡Soy un ateo comprometido, por el amor de Dios!” Raymond Carr era todo un carácter.

María Jesús González es historiadora y biógrafa de Raymond Carr. 



Las causas de la crisis no han sido combatidas por las recetas que se han aplicado para afrontarla. Los motivos que han provocado una situación de esta naturaleza están claros: la desigualdad creciente, el sistema monetario internacional surgido en los años setenta del siglo pasado, la desregulación financiera y la globalización neoliberal. Si se analizan las medidas llevadas a cabo, incluidas las que se han tomado con carácter de urgencia para evitar el derrumbe, ninguna ha ido a las raíces que han determinado un ciclo recesivo.
Lo que se ha hecho ha sido más de lo mismo, esto es, avanzar por la progresiva liberalización del mercado y sobre todo de las relaciones laborales. Se ha destinado mucho dinero para rescatar a los bancos pero no se han modificado las condiciones de su funcionamiento. No se ha combatido la creciente desigualdad, ni se han puesto las bases para una reforma del sistema monetario internacional, ni tampoco se han llevado a cabo medidas para regular más el mercado global. No se combaten los paraísos fiscales y  en consecuencia la impunidad de los grandes patrimonios sigue vigente, lo que refuerza el fraude, la evasión de capitales y se ampara a una economía clandestina surgida del tráfico de armas, la droga y el terrorismo.
El presidente del Banco Central Europeo (BCE) insiste en que España tiene que hacer otra reforma laboral. ¿Hasta dónde quieren llegar? Pero ni una palabra sobre el ámbito de su competencia que es todo lo referido al sistema monetario internacional, el sistema financiero, el control de la banca, la reforma del propio BCE y del euro, la eliminación de los paraísos fiscales y el secreto bancario, así como la necesaria implantación de impuestos que frenen la desigualdad.
La crisis de la banca que fue el detonante que desencadenó la crisis ha sido analizada desde diversos ángulos por diferentes libros. Para entender lo que ha pasado resultan muy útiles los de Rajan Grietas del sistema (Deusto, 2011), Roche El banco.Cómo Goldman Sachs dirige el mundo (Deusto, 2011), Admati y Hellwig El traje nuevo del banquero (Antoni Bosch; 2013). Las enseñanzas que se pueden extraer de estos libros son importantes, pues a la vez que sirven para comprender un poco mejor lo que ha sucedido también son útiles para observar que no se han modificado sustancialmente las prácticas bancarias que condujeron a la catástrofe. Los autores de estos libros son economistas convencionales, pero que tiene la suficiente lucidez para observar lo que no funciona de este sistema y de la ineficacia de los mercados financieros.
Otro libro escrito desde una perspectiva más crítica es el de Toussaint Bancocracia (Icaria, 2014) que tiene la ventaja sobre los anteriores el ser más pedagógico y dar una visión más global sobre lo sucedido, a la par que ofrece una visión sobre la crisis muy convincente y plantea unas alternativas diferentes al sistema en su conjunto. La economía, a pesar de las leves recuperaciones que se están dando, sigue amenazada por la falta de reformas sustanciales sobre las causas que la han provocado y a esta conclusión se llega leyendo cualquiera de los libros mencionados.
Una elevada incertidumbre y una fuerte inestabilidad van a seguir en la economía global que se encuentra necesitada de reformas en profundidad y no solamente de parches o de contrarreformas que fomentan la concentración del poder de las grandes corporaciones y debilitan los derechos de los trabajadores. Otra política económica es posible y hay proposiciones diferentes a las que se indican desde las esferas del poder de los organismos económicos internacionales y de la Unión Europea.
Las élites se encuentran satisfechas con una situación que les favorece y que no corre ningún peligro, pero con esta actitud están socavando las bases del sistema democrático, de la equidad, de la sostenibilidad ecológica y están fomentando un mundo más inseguro.